viernes, 6 de enero de 2012

Una historia de esas que se cuentan los Domingos disfrutando de un asado

Capítulo I

Cuando se acabó. Cuando barajamos de nuevo



Bien. Y entonces una vez me cansé de todo.
Tantas derrotas. En la vida. En el amor. En toda mi vida. Aún así la única evasión viable estaba en la vida misma. Cuando llegué al puerto no me di cuenta que había llegado ahí sin nada, que había dejado todo, que al fin todo quedaría atrás. Estaba amaneciendo, y como siempre, el sol traía consigo la renovación de esa espera por un cambio, esa espera obstinada que nunca cesa; la esperanza.
Y el cambio acaeció. De la forma en la que uno menos esperaba. Del modo más vigoroso y encantador posible: a través de la aventura. Sí. La Aventura.
Y en cuanto tomé conciencia de lo que estaba haciendo ya estaba escondido en algún lugar de algún barco. El día insistía en hacerse largo, pero igual no conseguía sacarme esa sonrisa que para los demás sería estúpida pero que para mí significaba sólo una cosa: de alguna manera mi revancha comenzaba.

 


Capítulo II 

Desde el principio, otra vez




Así como nunca supe cómo fue que llegué al puerto y me metí en un barco, tampoco sé cómo aprendí a esconderme y robar comida; lo cierto es que perdí la cuenta de los días de navegación. Y una noche llegó la tormenta; y con ella vino el caos. Pero igual sabía que esto no era el final, sino parte del comienzo, y por más aterrado de lo que me encontraba creo que aún conservaba mi sonrisa, y lo último que recuerdo fue que me aferré con todas mis fuerzas a un salvavidas.
Un sol más poderoso que nunca me despertó. Estaba en una playa, enredado a mi salvavidas, y fue divertido el instante en el que me pregunté qué estaba haciendo en ese lugar, porque también recuerdo que me preocupé por... (el preocuparse fue un acto reflejo que duró un segundo) ...Pero estoy en una playa -me dije- y comencé a reírme; a reírme sin parar, a reírme como no recuerdo haberme reído nunca. Y me gustó la sensación de sentirme renacido y que mi primera reacción fuera la risa y no un llanto, y que las lágrimas que bautizaran mi rostro sean de alegría, y que no me importara dónde carajo estaba. Al fin había escapado. Y nuevamente había nacido.



Capítulo III

Reconociendo los senderos del... Destino?




La playa donde me encontraba tenía el aspecto de una pequeña bahía, y en verdad no tenía la más mínima idea de qué lugar se trataba. A mi espalda se erguía un bosque; y desde el momento en el que me adentré en él tuve la sensación de ser sutilmente guiado, como si supiera qué senderos tenía que seguir. En mi camino atravecé varios claros, y a mi paso (al ruido de mis pasos) volaron despavoridas algunas aves que reconocí como perdices; también creí reconocer liebres furtivas y escurridizos venados espiándome entre el follaje. De repente me encontré pensando cómo iba a alimentarme -y me refiero precisamente a la carne-, porque sé que no soy tan inútil como para no improvisar un fuego; pero nunca hice un asado y menos despellejé a un animal para eso, y ni hablar de cazarlo para tal fin. Pero a pesar de que todo fuera emocionante había algo que no funcionaba bien.
¿Nunca tuviste en tus sueños lugares en los cuales estabas a veces a menudo y otras de vez en cuando? Como si los sueños tuvieran una geografía particular y uno reconociera esos lugares en la vigilia  -y viceversa-, pero por más que los reconociera uno nunca es igual al otro, y en la vigilia queda una sensación de déjà-vu...
Eso me pasaba. Pero me pellizcaba y me dolía, ponía la mano en el fuego y me quemaba, sentía el frío por las noches y el calor del sol en el día; y sin embargo saciaba mi hambre y mi sed con frutos que jamás había visto, cuyo sabor es imposible de describir y de alguna manera sabía cuáles eran y dónde encontrarlos y que no me iban a hacer ningún mal, así como también hacia dónde me dirijía; hasta que en un claro y sobre unas toscas rocas que vagamente evocaban un altar los encontré; como si estuvieran dispuestos para mí; como si fueran el fin de esta travesía -mejor aún: las herramientas para la verdadera tarea-; como el fin de una primera escala de un viaje que no tendría fin; algo que marcaría mirrevocablemente: un arco y una flecha.



Capítulo IV

La reacción perfecta




 Decir que cuando tomé el arco y la flecha todo se volvió confuso y vertiginoso no alcanza: fue como si distintas realidades se alternaran y en un instante pudiera ver facetas de cada una.
Cuando tensé el arco la perdiz detuvo su vuelo; el venado se quedó inmóvil cuando sus músculos estaban tensos y listos para la carrera; y el jaguar no me miraba, estaba listo para el salto mortal hacia la chica que no le prestaba ninguna atención, su mirada estaba como a tres universos de aquí, pero me miraba y en sus ojos estaba la calma perfecta, la paz absoluta y eran verdes como la esmeralda más radiante que puedas soñar...
Que cómo no me di cuenta que aparecieron los animales y la chica? De dónde salieron? Si le disparé a alguien? ¿Alguna duda? Jamás en mi vida había disparado con ningún arma de fuego, y nunca pude acertarle a ninguna lata con una gomera; qué te supone que podría hacer con un arco y una flecha?
Le tiré al jaguar...
Pero le di a la chica, y como si fuera un experto; le acerté a su corazón...




Capítulo V

El déjà-vu como placebo




Quién sabe cuánto tiempo permanecí ahí parado, con el arco en la mano, inmóvil como una estatua, donde no había el menor rastro de algún animal y la chica yacía recostada sobre la hierba, y de su mano empuñada en su pecho florecía una flecha verde como una cala mortal y de su pecho la sangre brotaba en pequeños hilos y el sol se reflejaba en destellos de jade alrededor de su puño. Recién cuando gimió un quejido pude reaccionar y abrí su puño y respiré aliviado; prácticamente frenó la flecha con su mano, así que sólo la hirió ahí y en su pecho levemente, aunque el golpe fue duro -como para hacerla desvanecer- y también rompió una joya que llevaba colgada de su cuello, sus fragmentos en la herida eran los que brillaban...
De un modo que aún no sé explicar supe como curarla con hierbas, hojas y savias de algunas plantas, que de algún modo sabía que eran medicinales y me hacían creer que estaba por fin haciendo algo bien en el mejor de mis sueños (o reparando bien mis errores, como nunca pude hacerlo en mi vida real) porque ya estaba resignándome a aceptar que me encontraba en un sueño -el más vívido, el más fuerte- y la chica incluso me recordaba a alguien, y obvio que no sabía a quien, y la verdad es que tanta incertidumbre ya no me molestaba, porque me hizo muy bien curarla y cuidarla, y cuando al fin despertó no pude evitar sonreírle con lágrimas, y ella con su mirada más dulce me dijo  -me farfulló, en realidad- algo que me hubiera encantado entender...


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